miércoles, diciembre 06, 2006

6 de diciembre. Tranquitrabajar.


Es una maravilla conducir en un día de fiesta. Todo el mundo se ha largado. La ciudad es para mí, sus calles aunque mojadas (oh! milagro!) son encantadoras. Los semáforos parece que se ponen de acuerdo y me dejan pasar, eso sí poco a poco...
No me molesta para nada en un día de fiesta (además absurda) trabajar. La única adversidad es la programación rídícula e insustancial que algunas emisoras de radio emiten. Claro, que a mi no me importa demasiado, los cd de Bruce van que vuelan, estos días insípidos. La tranquilidad impera en tu sitio y el teléfono deja de ser impertinente. Puedes acabar tu tarea sin interrumpirla mil veces.


Cómo cunde el tiempo!
Internet va ligero, los bostezos son de tranquilidad y el café de máquina sigue estando riquísimo. Esta vez, el tiempo ha estado genial. Lluvia, lo que implica que si te daba rabia por los que cogían "acueducto", el hecho del mal tiempo ha apaciguado la posible envidia cochina que pudieras tener. Por otro lado, ya era hora que lloviera. Desde siempre, me hubiera gustado tener -vana ilusión- campos de césped naturales por doquier como en Holanda o el País Vasco, por no ir tan lejos... El poco barullo del tránsito tranquiliza las fieras, el tiempo de calma lluvia hace abrir los ojos, ya sea por miedo a pisar un charco o por si en cuánto te dejas el paraguas haciendo un café, cae una tormenta pasajera.

No os puedo expresar el bienestar que plana en la Meridiana, arteria de entrada rodada a Barcelona. La Torre Agbar, preciosa como siempre vigila el poco movimiento de los que como yo se han quedado a disfrutar de la ciudad en un dia de fiesta. Ahora, la torre está alegre, juguetona, divertida, a parte de cambiar de colores lenta y difuminadamente a lo largo de la tarde-noche, le estan haciendo pruebas de imágenes en movimiento en toda su superfície circular. Y de vez en cuando ves pasar dos números 1, o dos números 7, o dos letras A, o una estrella de Belén o... como si andaran, paseándose, chafardeándonos sin manías. Cada noche sin falta, le doy las buenas noches y creo que nuestra confianza ha llegado a tal extremo que cómo nos gustamos, nos guiñamos el ojo con cierto ... cierta ... coquetería... La luna nos mira impávida, sonriente, distraída.

La noche ha caido y hay más calma, si es que es posible; aún no hay muchas luces en los balcones y la contaminación lúminico-festiva no ha llegado a límites desesperantes. Se está muy bien en la terraza, me voy a buscar una cervecilla de ésas que tengo en reserva (a ver si sabéis: ¿De qué marca puede ser?) y gustosamente me la iré tomando. La puerta de salida a la terraza está abierta, dentro suena música, me siento encima de la mesa de fuera. Respiro... mmm.... ¡de pocas cosas me puedo arrepentir hoy!. Un megadulcecordial saludo...

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